Cuando nuestros hijos eran pequeños, alguien les dio a cada uno una bolsa de juguetes económicos para fiestas.

Por supuesto, solo tomó un minuto para que una linterna de luz intermitente dejara de funcionar, para que la cuerda de la pelota con raqueta se rompiera, para que un tatuaje se rasgara y para que el menor de ellos descubriera que el sello de tinta estaba seco.

Lo que siguió fue nada más y nada menos que una disputa. La desgracia y la injusticia de los económicos tesoros rotos fue demasiado para los niños.

Para lidiar con el alboroto y restaurar la paz, dejé que cada niño eligiera dos cosas para quedarse y me deshice del resto. Me interesó ver que ninguno optó por quedarse con algo que se había roto (excepto los tatuajes). Eligieron cosas que eran “seguras”, cosas que no decepcionarían ni causarían conflictos.

Necesitamos hacer lo mismo. Necesitamos elegir la seguridad de la paz tranquila de Dios para impregnar nuestro hogar en lugar de la lucha abrumadora que proviene de un tipo de vida de “juguetes de fiesta” rotos.

¡Quién hubiera pensado que una bolsa de juguetes podría enseñar una lección tan valiosa!