María estaba comprometida con José.

Ella era virgen. ¿Cómo podría tener un hijo? Sin embargo, “El Espíritu Santo vendrá sobre ti”, dijo Gabriel, “y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lucas 1:35).

María respondió: “Hágase en mí según tu palabra” (Lucas 1:38).

Ella fue obediente a Dios, con gran fe. María reconoció su “estado humilde”. Ella creía en la verdad de que Dios había “dispersado a los soberbios” y “derribado a los fuertes”, mientras que “Él exaltó a los humildes” y “llenó de bienes a los hambrientos” (Lucas 1:48-53).

En el regazo de María, Jesús aprendió los cánticos de Sion. De sus labios, Jesús escuchó las promesas de los profetas. Así, aprendió a confiar en Dios. También aprendió a obedecer, a someterse y a orar.

María aplaudió, regocijándose por Su primer paso y lloró cuando vio la sangre de Su cabeza, manos y pies en la cruz. Mientras Jesús estuvo con ella, ella hizo lo mejor que pudo como Su madre. Ella fue la primera en creer en Él.

Dios te llama a ser fiel como lo fue María. Él te llama a permanecer siempre al lado de Jesús. ¡Que Dios te bendiga hoy y siempre!