Pablo y Silas predicaron el mensaje del Evangelio a todos los que quisieron escuchar.

Sin embargo, su predicación molestó tanto a los líderes judíos que Pablo y Silas fueron azotados y encarcelados.

Esa noche, alrededor de la medianoche, Pablo y Silas — doloridos, heridos y hambrientos — estaban orando y cantando himnos a Dios mientras los demás prisioneros escuchaban. De repente, hubo un terremoto masivo. La prisión fue sacudida hasta sus cimientos. ¡Todas las puertas se abrieron inmediatamente y las cadenas de todos los prisioneros se cayeron!

El terremoto despertó al carcelero encargado de custodiar a Pablo y Silas. Cuando vio que las puertas de la prisión estaban abiertas, supuso que los prisioneros se habían escapado. El carcelero sabía que si un prisionero se escapaba bajo su vigilancia, él mismo sería ejecutado. Entonces sacó su espada para suicidarse.

Sin embargo, Pablo llamó al guardia y le aseguró que él y Silas todavía estaban en su celda. Él dijo: “¡Detente! ¡No te mates! ¡Todos estamos aquí!”

El carcelero no lo podía creer. Pero como Pablo y Silas no se habían escapado, él creyó que verdaderamente eran hombres de Dios. Les preguntó: “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?”

Pablo y Silas respondieron con las palabras del versículo bíblico de hoy. Entonces el carcelero y su familia creyeron y fueron bautizados esa misma noche.