Nunca olvidaré el día en que mis queridos amigos vinieron a visitarme con un hermoso plato de frutas después de mi alta del hospital.

Acababa de dar a luz a gemelos por cesárea y todo lo que comía me elevaba la presión arterial. La fruta fue el regalo posparto perfecto. El plato era una ingeniosa variedad de piñas, fresas, melones, uvas y manzanas. Me lo comí todo y disfruté cada bocado.

Dios nos ha regalado a usted y a mí un plato de frutas espirituales, el fruto del Espíritu, que satisface todos los antojos humanos. Todo lo que tenemos que hacer para acceder a él es ser llenos de Su Espíritu Santo.

A diferencia de las fresas y los melones en un plato de frutas, el fruto del Espíritu nos ayuda a vivir vidas victoriosas en Cristo. Mientras permanecemos en Jesús, el Espíritu de Dios se mueve en nuestros corazones y nos moldea a la semejanza de Cristo.

La semejanza de Cristo en nuestras vidas permite que el fruto espiritual retoñe y florezca en nuestro interior para que podamos reflejar el carácter de Dios y ser transformados.

Nuestro fruto del Espíritu nos capacita para mostrar el carácter de Dios más claramente en nuestra vida diaria y vivir triunfalmente para que la gloria de Dios brille.