por Heather Tietz
Halláronse tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fué por gozo y por alegría de mi corazón: porque tu nombre se invocó sobre mí, oh Jehová Dios de los ejércitos.
“Der Mensch ist was er ißt”, escribió Ludwig Andreas Feuerbach en 1836.
Esto se traduce: “El hombre es lo que come”.
Realmente somos lo que comemos, en todas sus formas. En 1923, el nutricionista Victor Lindlahr publicó en inglés las palabras de Feuerbach: “El noventa por ciento de las enfermedades conocidas por el hombre son causadas por alimentos chatarra. Usted es lo que come.”
A nivel microscópico, las células de los alimentos se rompen y se reciclan como componentes básicos para nuevas moléculas. Lo que ingieres se integra en tu cuerpo para fortalecerte o, literalmente, descomponerte.
Con las palabras es lo mismo.
Nuestros pensamientos se basan en lo que leemos y oímos. Nuestros pensamientos, a su vez, dirigen nuestros cuerpos para que se comporten como lo hacen. Las películas, los libros y quizás incluso esa dosis de noticias diarias construyen nuestra visión de la vida de la misma manera que las vitaminas y los productos químicos construyen nuestro cuerpo.
¿Tienes hambre de una mejor perspectiva, de una actitud más brillante, de un espíritu más fuerte, de un cuerpo más obediente? ¡Prepara un festín bíblico! Palabras buenas y vivificantes están por toda ella.
Enciende la radio con música que edifique. Mantén textos bíblicos en tu bolsillo. Escríbelos en las paredes. Mordisquealos todo el día. Deléitate con un alimento espiritual bueno, de calidad y eternamente sustentador.
¿Como cada día más palabras saludables o más palabras tóxicas? ¿Cómo puedo mejorar esto?
Querido Jesús, tú eres la Palabra de Dios. Tengo hambre de lo que tienes que decir. Por favor lléname, nútreme y ayúdame a crecer espiritualmente. Sólo tú me traes verdadera alegría. Amén.