por Heather Tietz
Amad, pués, á vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo: porque él es benigno para con los ingratos y malos.
“La manzana no cae lejos del árbol”.
Este proverbio turco se usó cientos de años antes de que Newton filosofara sobre la caída de la fruta. Pero realmente esta verdad ha existido desde que comenzaron las familias. Los niños se parecen a sus padres, siguiendo literalmente los pasos de sus padres. La forma en que se paran, la forma en que caminan, su acento, su jerga, su pesimismo u optimismo sus amores y sus odios.
También somos hijos de alguien. Tenemos pasos que seguir. No importa qué fallas tuvo nuestro padre terrenal, todos tenemos uno de buena reputación. Tenemos un Padre celestial. Si nos sentamos a admirarlo y dedicamos tiempo a escuchar sus palabras, entonces también comenzaremos a pensar y hablar como él.
Esos arrebatos incontrolados, esas palabras críticas, esos miedos y esos pensamientos autodestructivos se desvanecerán. Nuestra visión de los demás, nuestra perspectiva sobre todo asunto, nuestra reacción a los problemas y nuestros grandes anhelos cambiarán gradualmente. Mejor aún, los amores de Dios y sus odios, sus intereses y sus deseos se convertirán en los nuestros. Su bondad para con los desagradecidos y los malvados se contagiará sobre nosotros.
Cuando caemos, como indudablemente lo hacen las manzanas, Dios nos extenderá su gracia, tanto como nosotros demos gracia a los demás.
¿En qué área de mi vida lucho por amar como Jesús?
Amado Señor, ayúdame a mantener mis ojos fijos en ti; para ir deseoso a dondequiera que me lleves. Por favor, perdona mis defectos pecaminosos. Evita que me caiga y mantenme cerca de ti. Oro en el nombre de Jesús, Amén.