por Heather Tietz
Habiendo purificado vuestra almas en la obediencia de la verdad, por el Espíritu, en caridad hermanable sin fingimiento, amaos unos á otros entrañablemente de corazón puro.
Las suricatas “se aman unas a otras de corazón”.
Quizás hayas visto a estas criaturas peludas una tras otra alrededor de montículos de tierra en reservas naturales o en el zoológico. Las suricatas viven en clanes protectores. Se entrenan, se cuidan y arriesgan sus vidas la una por la otra. Mientras una hace guardia, las demás buscan comida de forma segura. Las suricatas mayores entrenan a las jóvenes para cazar. Incluso protegen a crías de suricatas que no son suyas, poniendo en riesgo sus vidas cuando se acercan serpientes o águilas.
Las suricatas no son individualistas. Sus ojos siempre están atentos a su vecina suricata.
Hebreos 10:24-25 contiene un pedido de que los hijos de Dios construyan una comunidad amorosa, construida sobre la base de ser pacientes con nuestro prójimo cristiano que comete errores, ser amables incluso cuando los demás no lo sean, no envidiar su situación ni sus cosas y no hacer alarde de las nuestras. No ser groseros en palabras o tono de voz, y no arremeter con ira. En cambio, debemos estar preparados para proteger, confiar y esperar a todos nuestros hermanos y hermanas en Cristo.
Cuando fallemos, procuraremos una y otra vez, usar las “matemáticas de Jesús”, perdonando “setenta veces siete” (ver Mateo 18:22). Podemos hacerlo.
Nosotros podemos amar mejor que la suricata; podemos amar como Jesús.
¿Cómo puedo ayudar a la comunidad de mi iglesia a practicar el amor que se describe en el versículo de hoy?
Querido Jesús, gracias por amarme. Por favor envía tu Espíritu Santo para que me llene y me ayude a reflejar tu amor a tus otros hijos. En tu querido nombre te lo pido, Amén.