Cuanto más observo la forma en que los niños viven la vida, más empiezo a entender por qué Jesús dijo que debemos ser como ellos.

Entre otras cosas, un rasgo que noto en los niños es que tienen mucha confianza. Si un niño está en una relación familiar amorosa y quiere o necesita algo, no tiene problemas para hacer oír su voz. Con total confianza, se acercan a sus padres y simplemente les dicen lo que tienen en mente. No se “andan por las ramas” ni preguntándose si han sido lo suficientemente buenos como para acudir a ellos.

Se nos dice que nosotros también podemos tener esta confianza cuando estamos en la presencia de Dios.

Pablo declara en Efesios 3:12 que gracias a Jesús, tenemos acceso a Dios y podemos por fe acercarnos confiadamente a Él.

Esto significa que, como un niño, podemos entrar a la presencia de Dios confiados en su amor por nosotros y decirle lo que necesitamos o lo que deseamos.

Tampoco tenemos que preguntarnos si hemos sido lo suficientemente buenos para venir a Dios. No es confianza en nosotros mismos, porque solos no valemos. Más bien, es la confianza en Jesús y su mérito. Nuestra confianza proviene del hecho de que Jesús murió para darnos no solo libre acceso, sino también salvación.