por Heather Tietz
Porque David dice de él: Veía al Señor siempre delante de mí: Porque está á mi diestra, no seré conmovido. Por lo cual mi corazón se alegró, y gozóse mi lengua; Y aun mi carne descansará en esperanza; Que no dejarás mi alma en el infierno, Ni darás á tu Santo que vea corrupción.
¿No te gustaría un par de “gafas de Dios” que revelen Su presencia?
Imagina cómo sería la vida si, en cada situación, en cada lugar al que nos aventuráramos, pudiéramos ver el proceder de Dios. ¿Cómo nos cambiaría eso? ¿Nos instaría a ofrecer un poco más de gracia a los demás cuando cometan errores? ¿Despertaría bondad en nosotros o nos recordaría el cuidado constante de Dios?
Todavía no podemos ver a Dios en toda su gloria. Pero Jesús nos anima: “Bienaventurados los que no vieron y creyeron” (Juan 20:29). Esas palabras son para aquellos de nosotros que nunca tuvimos el privilegio de caminar y hablar con Jesús. No lo hemos visto, pero creemos. Confiamos en Dios y queremos que Él nos mejore a nosotros y a nuestro mundo.
Jesús siempre tuvo presente el rostro de Dios. Sabía que Dios el Padre lo estaba observando, ayudándolo a obrar milagros, instruyéndolo en cómo enseñar, dándole paz cuando las circunstancias eran abrumadoras.
Para ponernos las “gafas de Dios”, debemos dejar que Él vaya delante de nosotros. A medida que lo sigamos, notaremos su obra en todas partes. Incluso antes de comenzar la mañana, debemos invitarlo a que nos dirija.
Reconócelo. Alábalo. Invítalo a tu día.
¿Cuál es la situación más difícil en mi vida? ¿Cómo podría verse desde la perspectiva de Dios?
Querido Dios, contigo a mi diestra y guiando el camino, tengo motivos para alegrarme y regocijarme. Gracias por tu dirección. En el nombre de Jesús oro, Amén.