En el año 2005, mi esposo, Robert, y yo nos dirigíamos a nuestro hotel de San Francisco para tratar de dormir un poco antes de que Robert se sometiera a una cirugía cerebral temprano a la mañana siguiente.

Las convulsiones de Robert habían comenzado con fuerza unos meses antes, cuando comenzó un nuevo trabajo a 4000 kilómetros de distancia de nuestra casa en Michigan. Los médicos diagnosticaron la recurrencia de un tumor cerebral anterior y recomendaron una cirugía inmediata, pero el seguro de salud que venía con su trabajo solo era válido en California.

Durante este tiempo, la fe de Robert permaneció fuerte; él sabía que Dios estaba a cargo.

Lo admito, mi fe se tambaleó un poco cuando supimos que el hospital de alguna manera perdió sus escáneres cerebrales, ¡durante más de un mes! Finalmente, fueron localizados, luego de ser entregados por error a un departamento diferente.

De camino a nuestro hotel recibió una llamada. “Eché otro vistazo a sus escaneos”, dijo el neurocirujano. “Estoy cancelando la cirugía; No creo que sea la respuesta”.

Resultó que los síntomas que se habían atribuido a un tumor cerebral eran en realidad una reacción grave a la medicación. Si los escaneos no se hubieran perdido, Robert no habría tenido tiempo de estabilizarse. Sus convulsiones eran tan graves que los médicos habrían realizado la cirugía sin tomarse el tiempo de cuestionar el diagnóstico.

Dios siempre es fiel. Y a veces ese hecho que causa que nuestra fe se tambalee resulta ser la respuesta a nuestras oraciones sinceras.