En el pasado, la gente a veces recibía flores o regalos de un admirador secreto.

Era maravilloso saber que había alguien ahí afuera que pensaba bien de ti, tal vez incluso te amaba, pero que no estaba listo para revelar su identidad.

El Espíritu Santo no es secreto, pero está un poco oculto a nuestros sentidos. Él no tiene un nombre como el de Jesús. No podemos imaginar Sus rasgos como podemos imaginarnos el Padre o el Hijo. Pero en sus formas secretamente anónimas, Él nos ama igual de plenamente y, a menudo, tiene interacciones más frecuentes con nosotros que Jesús o el Padre.

El Espíritu Santo es nuestro intermediario, salvando la brecha que nos separa de Dios. Nos deja notas de amor a lo largo de las Escrituras, diciéndonos cuánto nos admira Dios y se preocupa por nuestro bienestar. Como todo buen compañero, Él nos consuela, aconseja y guía, a veces convence y siempre nos entrega el mensaje de que Dios nos quiere en Su vida.

Puede resultar emocionante recibir un regalo de una fuente anónima. Aunque es tan invisible como el viento, el Espíritu de la Verdad quiere que sientas Su presencia. Él es un regalo especial de Dios. Y Él quiere darte todos los dones de Dios en abundancia.