A veces, cuando quiero iniciar una de esas conversaciones aleatorias con mi esposo de “solo hablemos”, le pregunto: “¿Qué hay en tu corazón?”

Después de casi cuarenta años juntos, sé que la respuesta será un suspiro y las palabras: “Estás tú, cariño”.

Si pensaste que él no es un gran conversador, acertaste. Sin embargo, creo que es una pregunta que debemos hacernos regularmente. Y la persona a quien debemos preguntar es a nosotros mismos.

Necesitamos preguntarnos si estamos “alimentando” nuestro corazón con una dieta espiritual adecuada y saludable.

¿Lo estamos alimentando con violencia, depravación y codicia al ver estas cosas en la televisión y en las películas? ¿Le estamos alimentando la negatividad y el odio leyendo y viendo sólo las noticias?

¿O lo estamos alimentando con una dieta constante de la Palabra de Dios para poder procesar lo que está sucediendo en el mundo de una manera piadosa y actuar en consecuencia como su discípulo?