por Heather Tietz
Apártase del mal, y haga bien; Busque la paz, y sígala. Porque los ojos del Señor están sobre los justos, Y sus oídos atentos á sus oraciones: Pero el rostro del Señor está sobre aquellos que hacen mal.
En 1888, Alfred Nobel se sorprendió al leer su propio obituario. Su hermano había fallecido, pero el largo artículo de periódico que leyó trataba sobre la vida de él.
Alfred había vivido una existencia increíblemente productiva, creando más de 350 inventos y amasando una fortuna en el proceso. Sin embargo, no estuvo satisfecho con la forma en que fue descrito en su supuesta muerte. De modo que, en los años siguientes, comenzó a considerar qué hacer con su gran fortuna.
En su testamento, para sorpresa de todos, legó casi todo su dinero a la creación de cinco premios Nobel, premios que se otorgarían a aquellos que ofrecieran el “mayor beneficio para la humanidad”. Quería ser recordado por el bien que había traído al mundo.
De todas las cosas que consiguió Nobel, quizás su mayor logro fue repartir su fortuna. Sin duda alguna esto ha ayudado a hacer el bien.
Todavía tenemos la bendición de vivir en una época en la que se promueve la paz y todavía se admira el esfuerzo para hacer el bien a los demás. Buscar la paz no es una actividad pasiva. Buscar hacer las paces con nuestras propias familias, con nuestros vecinos y con nuestros enemigos requiere que salgamos y activamente les hagamos el bien.
Los ojos de Dios están sobre nosotros. Su mano está con nosotros. Nosotros también podemos ser pacificadores.
Si tuviera que leer mi obituario, ¿qué creo que se diría de mí? ¿Qué podría querer que dijera?
Querido Dios, por favor concédeme tu paz. Ayúdame a alejarme del mal y hacer el bien en la vida diaria. En el apacible nombre de Jesús oro, Amén.