por Darla Noble
Y su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré: entra en el gozo de tu señor.
“¡No es justo! ¡No es justo! ¡No es justo!” Crystal, de ocho años, lloró cuando su madre le dijo que no podía ir a jugar a la casa de su amiga.
“Te dije que primero tenías que limpiar tu habitación”, explicó la mamá de Crystal. “Pero no lo hiciste, así que no puedo dejarte ir. Si no puedo confiar en que me obedezcas en casa, tampoco puedo confiar en que lo harás con otros o sigas nuestras reglas de comportamiento”.
Saltando a ocho años más adelante.
Crystal, ahora con dieciséis años, se estaba yendo a un viaje misionero. Mientras su madre la abrazaba para despedirse, dijo: “Estoy muy orgullosa de ti por ir. Sé que puedo confiar completamente de que estarás a salvo, serás amable y serás una luz de Jesús para los niños que vas a ministrar”.
“Solo dices eso porque limpié mi habitación antes de irme”, se rió Crystal.
Pero ella sabía que su madre tenía razón. Ella había llegado a comprender que solo cuando somos obedientes a nuestros padres y a Dios en las cosas pequeñas, Dios (y nuestros padres) se sentirán seguros de confiarnos más.
¿Cómo usaré los talentos y las habilidades que Dios me ha dado para ministrar o servir a otros esta semana? ¿Cuáles son algunos pensamientos y sentimientos que tengo al hacerlo así?
Querido Dios, quiero ser tu hijo digno de confianza. Quiero que me des oportunidades para compartir mi fe, mis habilidades y mi amor por ti con los demás. Prometo ser fiel y usarlos lo mejor que pueda gracias a que tú trabajas a través de mí. En el nombre de Jesús oro, Amén.