por Heather Tietz
Mas tú, Beth-lehem Ephrata, pequeña para ser en los millares de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días del siglo.
Nuestros villancicos pintan una hermosa imagen de una Belén famosa.
Pero Belén era una ciudad humilde, pequeña e insignificante a la sombra de su vecina cercana, Jerusalén. Pero Dios la eligió y la incluyó en su gran plan.
Belén fue el lugar donde se casaron los antepasados de Jesús, Rut y Booz. Fue el pueblo donde nació el menor de los hijos de Isaí, y donde Samuel lo ungió para convertirse en el amado Rey David. Jesús, Aquel “cuyas salidas eran desde la antigüedad” llegó al mundo también a través de esta pequeña ciudad.
Nuestro gran Dios ama las cosas pequeñas, las cosas humildes, las cosas sencillas. ¡Su poder se muestra bien a través de ellas!
Somos un poco como Belén, ¿no?
La mayoría de nosotros somos pequeños en comparación con los grandes negocios de nuestro mundo, los personajes famosos, de los que toman las decisiones importantes. Pero Dios ha elegido muchas veces a los más jóvenes de las familias, a los más débiles del clan, a los pueblos más pequeños.
Eligió oradores poco elocuentes, como Moisés, y mujeres ancianas e infértiles para continuar la línea mesiánica, como Raquel o Sara. Multiplicó corderos manchados para brindarle a Jacob grandes riquezas. Convirtió a una virgen en la madre de su propio Hijo. Cuando Dios usa a los humildes, vemos claramente su mano fuerte.
¿En qué me parezco a Belén? ¿Qué cualidades compartimos? Le escribiré una nota de agradecimiento a Jesús por amar las pequeñas cosas de este mundo, como yo también.
¡Feliz Navidad, Jesús! Gracias por venir a este pequeño e insignificante mundo a salvarme. ¡Sólo en ti soy Alguien! En tu nombre oro, Amén.