por Heather Tietz
Sin cesar acordándonos delante del Dios y Padre nuestro de la obra de vuestra fe, y del trabajo de amor, y de la tolerancia de la esperanza del Señor nuestro Jesucristo.
La esperanza mantuvo a Bill Durden a través de 20 horas de flotar en el agua.
No podría haberlo hecho sin la esperanza de que en cualquier momento vendría un salvador.
Durden, de sesenta años, pensó que iba a pasar un relajante día de pesca en alta mar la mañana en que zarpó solo. No llevaba chaleco salvavidas. No esperaba problemas cuando una cuerda se enredó en el fondo del bote arrancándolo de sus sandalias hacia el mar del Golfo de México, a veinticinco millas de la costa.
¡Entonces su bote se alejó a toda velocidad!
Durden usó las tácticas de supervivencia que había aprendido como piloto de la Naval para mantenerse a flote y permanecer cuerdo.
La esperanza nos empuja hacia adelante. Nos permite dar un paso más, una brazada más, un respiro más. Literalmente nos da fuerza. Nuestra fe nos llama a servir, compartir, escuchar y ayudar a quienes nos rodean. Es nuestra obra de fe y nuestra labor de amor vivir con los ojos de Dios y las manos de Jesús.
A veces se siente como si estuviéramos en el agua. Nos sentimos cansados. Sin ver el final. Pero no estamos solos.
Tenemos una gran esperanza. La esperanza de que Dios está cerca, que puede lanzarse al agua y rescatarnos en cualquier momento. La esperanza de que algún día las aguas peligrosas serán un recuerdo distante y caminaremos por siempre sobre una playa hermosa.
¿Cuáles han sido mis aguas más profundas, más inciertas? ¿Cómo mantuve mi esperanza?
Querido Señor, gracias por tu amor infinito. Por favor aumenta mi fe y recompensa mi esperanza. Solo tú haces que la vida valga la pena. En tu nombre oro, Amén.