Un nombre es algo poderoso.

Nosotros tenemos un amigo cuyo nombre es como el oro en ciertos círculos. Conocer su nombre nos ha dado nuevos amigos, una voz entre profesionales y una puerta abierta a la hospitalidad. ¡Todos deberían conocer a alguien como él!

Pero los amigos con reputaciones estelares, incluso reyes y presidentes, tienen límites en su poder. El dinero tiene un techo o límite; también lo tiene el tiempo y la sabiduría humana.

Pero hay un nombre que viene con ilimitada sabiduría adjunta a él: Jesús. Su nombre tiene influencia en cualquier círculo, en cualquier situación. Él tiene todos los recursos a su disposición. Él conoce el mejor momento para esas cosas que queremos y posee la sabiduría perfecta para saber cuándo y cómo dárnoslas.

Por supuesto, no llamamos a nuestro “amigo de oro” porque queremos algo de él; lo llamamos porque disfrutamos de su compañía. Así mismo con Dios, cuando mantenemos nuestra amistad por amor, nos beneficiamos de su poder y sabiduría.

La amistad genuina con Dios permite que esas peticiones por las que oramos tan desesperadamente sean escuchadas. Y nuestro Amigo Dios, en Su gran sabiduría, nos concederá lo mejor, que es en definitiva lo que realmente queremos.