por Heather Tietz y Joyverse
Mas luego Jesús les habló, diciendo: Confiad, yo soy; no tengáis miedo.
Los discípulos se amontonaron atemorizados en una barca que se agitaba en aguas tormentosas.
El entorno ya era oscuro y sombrío, ¡y de pronto las cosas parecieron empeorar! Un relámpago mostró algo — alguien — que los seguía. ¡Otro relámpago dejó ver la silueta de un hombre que caminaba sobre el agua directo a ellos!
¡Los discípulos temblaban de miedo, seguros de que estaban viendo un fantasma!
Imagina su alivio y gran alegría cuando se dieron cuenta de que la persona que caminaba hacia ellos era Jesús.
Desde luego Jesús no quiso asustar a sus amigos. De hecho, Él venía a salvarlos. Pero la oscura situación los hizo imaginar lo peor. En lugar de orar y estar alertas, expectantes de su salvación, y en vez de esperar, y de animarse unos a otros, dejaron que el miedo se apoderara de ellos.
¿Con qué frecuencia nos sentamos desesperados en nuestro inundado y oscilante bote? ¿Con qué frecuencia dejamos que situaciones tormentosas nos alcancen?
¡Jesús está muy cerca! Deja de estar en pánico y comienza a orar. Mira con los ojos de la fe. ¡Mantén la esperanza!
Deja que Jesús calme cada tormenta y expulse todo temor.
¿Qué me atemoriza? Ofreceré mi temor a Dios, lo confesaré y pediré su ayuda para superarlo.
Señor del cielo, perdóname por centrarme más en las tormentas de mi vida que en ti. Ayúdame a verte siempre como realmente eres. Gracias por caminar siempre hacia mí, aunque no te reconozca en el momento. Eres mi paz y mi refugio. En el nombre de Jesús oro, Amén.