por Ami Hendrickson
No te entrometas con el iracundo, Ni te acompañes con el hombre de enojos; Porque no aprendas sus maneras, Y tomes lazo para tu alma.
Los psicólogos están de acuerdo: la ira puede lisiarnos emocionalmente, destruyendo relaciones. La investigación constantemente respalda esto.
La ira es tóxica. Erosiona los cimientos sobre los que se construyen las conexiones. Por ejemplo:
Las personas iracundas tienden a usar un lenguaje bélico. Lanzan amenazas y ultimátums para provocar: “¡Será mejor que tengas cuidado!” “No empieces algo que no puedas terminar”. “Oh, ¿quieres ir allí?”
La ira a menudo ciega a las personas ante sus deficiencias. En lugar de asumir la responsabilidad de sus acciones y emociones, culpan a los demás. “Si no fueras tan terco…” “No fue mi culpa…” “Si ella no me hubiera faltado al respeto…”
La ira quema. Hierve. Se pudre. Espera, acumulando resentimiento hasta que pueda estallar. Los iracundos rara vez buscan formas constructivas de lidiar con la fuente de su enojo cuando están tranquilos. En cambio, se deleitan en sus fuegos artificiales emocionales.
La ira es intolerante. Se niega a considerar puntos de vista opuestos o diferencias de opinión. A veces grita. A veces refunfuña en silencio. Pero mientras esté a cargo, nunca permite la reconciliación.
Dios sabía de lo que estaba hablando cuando aconsejó a sus hijos que se mantuvieran alejados de los iracundos. Pero, ¿y si el iracundo soy yo?
Si luchas contra la ira, recuerda: Dios sabe cómo calmar tu ira. Ríndete a Él. Sólo Él puede convertir el furor en fe.
¿Qué tan diferente sería mi vida si le permitiera a Dios borrar todo mi enojo?
Dios Santo, Tú eres el Amor encarnado. Por favor, haz que la ira sea un extraño para mí y desterrarla de mis relaciones. Llena mi vida con más de tu divino amor. En el amado nombre de Jesús oro, Amén.