por Darla Noble
Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fuerte mío, en él confiaré; Escudo mío, y el cuerno de mi salud, mi refugio.
Una amiga misionera sin darse cuenta terminó en una zona peligrosa de la ciudad que visitaba.
La familia anfitriona no le dijo qué áreas eran seguras y cuáles evitar. De esta manera, durante dos semanas, pasó buena parte del día caminando por las calles y sentándose en cafés con anticristianos radicales, pandilleros, proxenetas y miembros de la mafia.
El día que volvía a casa, mencionó casualmente el nombre de un café que frecuentaba, diciendo cuánto extrañaría el té que servían ahí. En ese momento la familia anfitriona se dio cuenta de que no le habían advertido que no se acercara a esa zona de la ciudad. No podían creer que no hubiera sido acosada, herida… o algo peor.
Aún más sorprendente fue el hecho de que cuando llegó al aeropuerto, se encontraba allí una joven pareja con la que había hablado varias veces. Querían pedirle una Biblia pero tenían miedo de hacerlo en su vecindario.
Dios fue su Roca, su Escudo y su Alta Torre.
Él la mantuvo a salvo de cualquier daño. También mantuvo a salvo a sus nuevos amigos, dándoles la oportunidad de mantener sus corazones y sus personas lejos de Satanás al brindarles la esperanza de la salvación.
¿Qué valoro más: a Dios librándome de mis pecados, o a Dios librándome del daño terrenal? ¿Por qué? ¿Qué tipo de liberación Él cree que es más importante?
Señor Dios, por favor sé mi Roca, mi Fortaleza, mi Refugio. Líbrame del pecado y de mi propio yo orgulloso. Por favor, prepara el camino delante de mí y ayúdame a ir donde tú me lleves. En el nombre de Jesús oro, Amén.