Mi vida era genial.

Recientemente me había comprometido y me había mudado a un apartamento más bonito. Me encantaba mi puesto de profesor y mis amigos compañeros de trabajo.

¡Y de pronto me quedé sin trabajo!

Mi padre les preguntó a algunos de sus amigos por trabajo y obtuve uno que requería frecuentemente de largas horas, fines de semana y mudanzas. Sentí paz aunque no sabía cómo sería mi vida con un trabajo así. Cada vez que oraba pidiendo dirección, la respuesta que recibía era “espera”.

Me mudé a la ciudad y me fui a trabajar, pero me dijeron que llegué un día antes. Mientras guardaba mis cosas en una vivienda temporal, recibí una llamada telefónica de una de las escuelas de la zona, solicitando una entrevista.

No solo conseguí el trabajo, sino que también conseguí un apartamento aún mejor cerca de donde trabajaba mi prometida.

Aunque mi prometida y yo estudiamos la Biblia, meditamos y oramos a Dios pidiendo dirección en todo tiempo, pasaron dos meses antes de que Dios abriera la puerta para un mejor trabajo. Esta experiencia me enseñó la verdad detrás del versículo de hoy.

Dios nos llama a creer, confiar y esperar en Él para actuar a través de nosotros y con nosotros. Sólo entonces Él podrá darnos fuerza.