Ciro nació en el 580 A. C. Cuando aún tenía veinte años, se convirtió en emperador: uniendo a los medos y los persas, dos antiguas tribus iraníes, en un solo imperio persa.

Aunque hábil en la guerra y el combate (derrocó a su propio abuelo, Astiages, rey de los medos), a Ciro se le llama “Ciro el Grande”, no por su destreza en la batalla, sino por su tolerancia hacia aquellos a quienes gobernaba.

La nación de Israel fue una de las beneficiarias de la legendaria tolerancia de Ciro.

Según registros históricos confiables, el 12 de octubre del año 539 A.C., Ciro el Grande conquistó Babilonia, liberó a los judíos que habían sido llevados cautivos y les permitió regresar a su tierra natal.

Respetó las creencias religiosas de aquellos a quienes gobernaba. Permitió que varias nacionalidades mantuvieran sus identidades y culturas. Tan tolerante fue que decretó que se reconstruyera el Templo de Jerusalén, proporcionando financiación para la construcción y devolviendo los vasos sagrados saqueados.

El rey Ciro se menciona más de 20 veces en la Biblia. El pueblo judío lo llamó “el ungido del Señor” (Isaías 45:1).

¿Qué hizo a Ciro tan grande? Aunque no era judío, estaba dispuesto a escuchar las indicaciones de Dios y actuar en consecuencia.

Dios usa todos los medios posibles, incluso conquistando emperadores, para preservar a los que lo aman.