por Heather Tietz
Que por él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino juntamente ciudadanos con los santos, y domésticos de Dios.
Mount Vernon, el hogar de George Washington, recibía un promedio anual de 600 visitantes durante la vida de nuestro primer presidente.
No obstante, Washington escribió que un año, ¡él y Martha recibieron a más de 1000 personas! Washington es el ejemplo perfecto de la hospitalidad sureña. En una época en la que las posadas eran pocas y viajar era difícil, el sur abría sus hogares a cualquier visitante que llamara a su puerta.
Una mirada más de cerca a la propiedad de Washington revelará la gran comodidad que brindó a sus invitados. Los dormitorios de la entidad tenían paredes coloridamente pintadas, papel tapiz ornamentado, ropa de cama y alfombras hermosas — una elegancia con la que ni siquiera decoró su propio dormitorio.
Nuestro Dios fue el creador de la hospitalidad. “Porque Él hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos” (Mateo 5:45).
Dios es misericordioso con los extraños, incluso con aquellos que no conocen su nombre o que se niegan a someterse a Él. Pero, al igual que nuestro primer presidente, las puertas de la gracia no permanecen abiertas para siempre para los extraños. En algún momento, ellos deben irse. Sólo la familia tiene un lugar permanente en la mesa de Dios y en su casa. Sólo aquellos que aman al Anfitrión, aquellos que están dispuestos a colaborar, obtienen todos los beneficios de la familia.
¡En qué familia tan maravillosa hemos sido recibidos!
¿A quién conozco que sea desconocido para Dios? ¿Cómo les he de presentar la gracia de Dios?
Querido Jesús, gracias por hacerme parte de tu hogar. Me siento muy honrado de ser parte de la familia Divina. Permite que pueda acercarme más a ti cada día que pasa. Amén.