por Heather Tietz
Mas lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo me es crucificado á mí, y yo al mundo.
Una mujer en la iglesia de mi infancia nunca dejó que un cumplido le afectara.
Tenía una hermosa voz para cantar. Cada vez que la gente se lo decía, ella respondía: “La alabanza sea para Dios”. Ella debe haber sabido que sus cuerdas vocales eran únicas, pero ella no tamaría ningún crédito por ellas.
Todos tenemos dones especiales de Dios: buena memoria, excelentes habilidades motoras, gran destreza social, características físicas de algún tipo que nos habilitan para desempeñar algo bien o la paciencia extra para aprender algo determinado.
Quizás tuvimos una familia que alentó nuestras habilidades o usó sus recursos para que las mejoráramos. O tal vez usamos nuestra propia determinación dada por Dios para mejorar nuestros talentos.
Como haya sido, nuestros galardones y trofeos no son nuestros. Dios ha tenido su mano en cada éxito. No podemos jactarnos… no de nosotros mismos, al menos.
Sin embargo, como dice Pablo, podemos jactarnos del amor de Dios. Eso es digno de alabarse. En lugar de menospreciar a los demás, jactarse del amor de Dios anima a las personas.
Todo el mundo puede ser incluido. Todos están invitados a unirse a su familia. Vivió y murió por todos. Pon eso sobre alguien hoy. Ya sea que lo conozcan o no, señala las cosas buenas que Dios está haciendo en su vida.
Gloríate del gran amor de Dios por ellos.
¿Quién en mi vida necesita ser animado? ¿Cómo puedo levantarles el ánimo hablándoles del gran amor de Dios por ellos?
Dios misericordioso y amoroso, ayúdame a gloriarme de tu gran amor por las personas. Y ayúdame a darme cuenta de que lo único de lo que vale la pena gloriarme en mi vida eres tú. En el nombre de Jesús oro, Amén.