por Heather Tietz
Porque muertos sois, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifestare, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria.
Irónicamente, nuestro nacimiento en la fe cristiana comienza con la muerte.
Pero esta muerte no tiene funeral solemne. Es una despedida alegre, un par de alas. Cuando morimos a nosotros mismos, resucitamos libres.
Nuestra obsesión con el Yo comienza al nacer. Es una adicción fastidiosa. El Yo es un dictador. Exige hablar primero. Quiere su propio camino. No hay alegría por las bendiciones de los demás. Obsesionado con la apariencia, compromete las finanzas por vanidad. Busca consuelo a expensas de los demás, arruinando amistades, matrimonios y vidas.
Pero, cuando el Yo muere, ¡oh, qué libertad da Cristo!
Poniéndolo a él primero, cobramos vida. Ponerse a un lado nos da sentido y nos proporciona un propósito para toda la vida. Fuimos creados para alabar a Dios y cuidar de los demás.
Si el Yo no está obstaculizando el camino, podemos ver los agujeros a nuestro alrededor que estamos destinados a llenar. Nuestra nueva libertad nos da valor. Nos da compasión. Nos da un sano sentido sobre quiénes somos, y quiénes Dios nos está haciendo ser.
La muerte del Yo y el renacimiento en Cristo nos trae esta vida abundante, llena de todas las cosas dignas de buscar, de tener, y de vivir. Nos prepara para la vida con Dios en gloria.
¿Cómo es que mi vida está “escondida con Cristo en Dios”? ¿Qué partes de mi vida murieron cuando decidí seguir a Jesús? ¿Cómo afecta Jesús mi diario vivir?
Querido Dios, por favor cubre las partes oscuras y sucias de mi vida con tu gloria resplandeciente. Gracias por el regalo de Jesús, quien murió por mis pecados y me liberó para siempre. En el nombre de Jesús oro, Amén.