por Heather Tietz
Con Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo, no ya yo, mas vive Cristo en mí: y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó, y se entregó á sí mismo por mí.
¿Tienes algún recuerdo de tu crucifixión: el día en que declaraste: “Solo quiero el plan de Dios para mí”?
Mi amigo recuerda la vez que dijo esas palabras. Quitó los pósteres de las paredes de su dormitorio. Quemó sus discos. Se deshizo de su guitarra y con ella las drogas, los amigos mundanos y la pasión por la fama.
En lugar de esos, tomó su Biblia y se escondió en su habitación, tratando de conocer al Dios que lo había rescatado.
Otro amigo también hizo un cambio de vida drástico después de su decisión de seguir a Jesús. Cerró su rentable negocio, vendió sus pertenencias y voló a un país donde no hablaba el idioma en absoluto. Allí abrió un Hotel Resort para servir a los pastores y sus familias que necesitaban descansar.
No todos tenemos historias de crucifixión tan dramáticas. Pero todos tenemos deseos que crucificamos a diario, malos hábitos que clavamos en una cruz, pensamientos y cosas que se interponen en nuestro camino, tentaciones que cuelgan frente a nuestros ojos, problemas que tenemos que hacer a un lado o huir de ellos.
Seguir a Jesús es una crucifixión diaria del yo. Esto hace que nuestra vida sea más plena, más satisfactoria y más significativa. La mejor vida es nuestra cuando vivimos como lo haría Jesús.
¿Qué deseo tengo que crucificar diariamente? ¿Qué bien he obtenido por hacerlo?
Amado Señor, ayúdame a decir lo que Jesús diría y a hacer lo que él haría. Quiero dejar mis deseos pecaminosos y seguir tu plan para mí. En el nombre perfecto de Jesús, oro, Amén.