Para mi trigésimo cumpleaños, mi hermana me envió una caja grande llena de 30 regalos envueltos individualmente, todos cubiertos con papel de seda rojo.

Ese día, estaba tan mareada como una niña pequeña en la mañana de Navidad. Con cada regalo que desenvolvía, aumentaba la expectativa por el próximo regalo que necesitaba ser desenvuelto. Con alegría infantil, saboreé este dulce recuerdo de amor fraternal.

En ese momento, me sentí tan amada. A pesar de que estábamos a kilómetros de distancia, ese gesto desinteresado de ella me hizo sentir como si estuviera a mi lado. Los regalos tienen una forma de hacer que una persona se sienta cálida y confusa por dentro.

En el versículo de hoy, Pablo alaba a Dios por su “don inefable”. ¿Qué regalo podría excitar tal gozo que no sea el de la salvación a través de Jesucristo?

El hecho de que el Dios del universo nos haya dado el Tesoro del Cielo, Jesucristo, debe hacer que nuestro corazón estalle en cánticos de alabanza. Jesús es el mejor regalo dado a la humanidad. Alabado sea Dios por derramar amor sobre nosotros con el Don que eclipsa a todos y cada uno de los demás: Jesús.

Es con esta realización que Pablo se queda sin palabras porque las meras palabras no pueden explicar cuán maravilloso es Jesús. Jesús ama a los que no son amados y sana a los que sufren. Este asombroso regalo de la salvación a través de Cristo es gratuito para todos. Todo lo que tenemos que hacer es aceptárselo a Dios en fe.