Para el apóstol Pablo, el gozo del Señor era su fuerza.

Esa fuerza fue particularmente obvia cuando estuvo en prisión. En una ocasión, él y su amigo Silas expresaban su alegría cantando alabanzas a Dios. De repente, un terremoto masivo abrió las puertas de las celdas de la prisión y las cadenas de todos los prisioneros se cayeron.

El terremoto despertó al carcelero dormido, quien asumió que los prisioneros habían escapado. Sacó su espada para suicidarse porque sabía que lo matarían por dejarlos escapar.

Pero Pablo gritó: “¡Alto! ¡Todos estamos aquí!”

El carcelero inmediatamente se dio cuenta de que Pablo y Silas eran verdaderamente hombres de Dios. Entonces preguntó: “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?”

Ellos respondieron: “Cree en el Señor Jesús… junto con todos los de tu casa” (Hechos 16:25-34).

El carcelero creyó en Jesús y él y toda su familia fueron bautizados en Cristo esa misma noche. Ahora ellos también podían conocer y experimentar el gozo de Jesús que tenía Pablo.

Cuando Jesús es tu fuente de alegría, incluso cuando la vida es difícil, vivirás con gozosa paz y serenidad porque Su promesa es: “Te alegrarás y nadie te quitará la alegría” (Juan 16:22).