por Heather Tietz
Y como no podían llegar á él á causa del gentío, descubrieron el techo de donde estaba, y haciendo abertura, bajaron el lecho en que yacía el paralítico.
Imagínate: unos hombres fuertemente dotados arrancan las ramas secas, cavan en la arcilla compacta y cortan los troncos toscos que forman el techo de la construcción. Sudando bajo el sol abrasador, bajan firmemente a su amigo por el agujero que han creado.
El lecho cuelga. Nadie se atreve a rechazarlo.
Los presentes debajo se separan. Los hombres ansiosos se inclinan sobre el agujero para mirar. Sus esfuerzos no son en vano. ¡Ahí está Jesús!
El esfuerzo dedicado siempre es admirable. En una cultura donde los logros a menudo parecen salir del microondas, cualquiera que dedique horas extra, dinero extra, cuidado extra, nos impresiona. Cosas así impresionaron también a nuestro Padre celestial.
Jesús se sintió interesado por Zaqueo, quien subió a un árbol para verlo. Sanó a la mujer con flujo de sangre, quien se las ingenió para recibir de su poder. Ahí está Noé, cuyo embarcación no fue un proyecto de un fin de semana. Y Daniel y sus amigos renunciaron a una noche de sueño para suplicar a Dios que les revelara el sueño de Nabucodonosor. El sacrificio de animales requería de un gran esfuerzo. Se necesitaba de un esfuerzo para la construcción de los altares.
Dios se cerca a nosotros cuando nos esforzamos por acrcarnos a Él, ayunando, diezmando, memorizando versículos, animando a otros en oración o levantándonos temprano para pasar tiempo con Él. No se trata de construir un camino al cielo, sino simplemente de vivir nuestra fe.
¿Qué esfuerzo, qué sacrificio hay en mi relación con Dios?
Querido Señor, ayúdame a nunca olvidar que tú eres la fuente de todo lo bueno en mi vida. Nada es un sacrificio demasiado grande si me acerca a ti. Gracias por tu infinito amor. En el nombre de Jesús oro, Amén.