Los Cuatro Capellanes

por Ami Hendrickson

Juan 15:13

Nadie tiene mayor amor que este, que ponga alguno su vida por sus amigos.

El 3 de febrero de 1943, el Dorchester, el transporte del Ejército de los Estados Unidos estaba frente a la costa de Terranova.

Con más de 900 personas a bordo, estaban cuatro capellanes del ejército de EE. UU.: George Fox, un metodista; Alexander Goode, un rabino judío; Clark Poling, reformado holandés; y John Washington, un sacerdote católico romano.

Poco después de la medianoche, el torpedo de un submarino alemán golpeó al Dorchester. Se perdió toda la energía y el contacto por radio. Con un enorme agujero en su costado y con varios botes salvavidas dañados, el barco comenzó a hundirse.

Se instaló el pánico.

Luego llegaron los capellanes.

Con tranquila autoridad, los cuatro hombres de Dios comenzaron a repartir chalecos salvavidas. Cuando se acabaron, se movieron entre los jóvenes pasajeros, rezando con ellos, tratando de guiarlos hacia los pocos botes salvavidas que quedaban.

Cuando un soldado gritó que había perdido su chaleco salvavidas, uno de los capellanes se quitó el suyo y se lo entregó. Asimismo, los otros tres capellanes regalaron sus chalecos salvavidas.

Según testigos presenciales, los cuatro capellanes se unieron de los brazos en la cubierta y, con las heladas olas bañándolos, oraban mientras el Dorchester se hundía debajo de ellos.

Cada uno recibió póstumamente el Corazón Púrpura y la Cruz al Servicio Distinguido, así como la Medalla de los Cuatro Capellanes, especialmente autorizada por el Congreso en 1961 en reconocimiento a su extraordinario sacrificio.

Cuando Jesús dijo: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos”, Él sabía de lo que estaba hablando, porque eso es exactamente lo que hizo por ti y por mí. ¡Maravilloso Salvador! Cuando las olas del pecado amenazan con arrastrarnos, ¡Su sacrificio asegura que podamos vivir para siempre!


Reflexión

¿Cómo puedo honrar el extraordinario sacrificio de Cristo por mí?


Plegaria

Amoroso Señor, gracias por el sacrificio perfecto de tu Hijo Jesús para que yo, tu hijo imperfecto, pueda disfrutar de la eternidad contigo. Me amas más que a la vida misma. Así también te amo. En el santo nombre de Jesús oro, Amén.